Google+ Agapornix esquizofrenico: Cuéntame un cuento

Metricool

Saturday, October 13, 2012

Cuéntame un cuento

La amplia habitación del Hotel Imperial Kane, en la que dormían las dos muchachas, estaba tranquila. Era una noche fresca. De pronto, Suellen se despertó sobresaltada. Había tenido una pesadilla, soñaba que caía por un barranco e iba a parar a un río, donde se afanaba por salir a flote pero la corriente la arrastraba hacia al fondo. En ese momento, se despertó. Envuelta en sudor y con la respiración agitada. Como no podía volver a conciliar el sueño, decidió bajar al hall del hotel, para dar un paseo. Se puso un sutil vestido azul celeste, se recogió el pelo y bajó. El hotel estaba desierto. Solo quedaba despierto el recepcionista y algún noctambulo como ella. De pronto, se dio cuenta de que no habían sabido nada de Titán desde la mañana. Por lo que preguntó al recepcionista del hotel donde podría encontrar a su cochero.

- Seguramente se encuentre en el establo, hay un cobertizo donde los cocheros pueden pasar la noche-

- Gracias- se despidió cordialmente la joven.

Suellen se encaminó entonces hacia donde le había indicado el chico. Ya se  encontraba delante de la puerta de la cuadra, cuando dudó sobre lo que estaba haciendo, después de todo ella era una señorita y él era un esclavo. De hecho, no debería ni preocuparse sobre lo que le estuviera pasando. Pero por alguna razón, se encontraba allí, en mitad de  la noche, en una ciudad desconocida, medio desnuda, preguntándose por el paradero de un muchacho que sólo había visto un par de veces por su plantación. Finalmente se decidió a entrar. La habitación estaba oscura y silenciosa. Solo se escuchaba la respiración  y los relinchos de los caballos. Flotaba en el ambiente el aroma dulzón del estiércol. A Suellen le gustaba aquel olor. Le recordaba a su padre. Le recordaba a cuando era pequeña y su padre volvía de su jornada de trabajo. Él le daba un fuerte abrazo y depositaba un beso en su mejilla. Le hacia sentir como una princesa. Pero eso acabó. La muchacha avanzaba a través del establo y entonces descubrió a Titán, el joven estaba limpiando a los caballos. Parecía que tampoco podía dormir. La joven se escondió detrás de una de las columnas de madera y observó. El muchacho estaba medio desnudo, con el torso descubierto y la mirada ausente. Su cuerpo estaba mojado a consecuencia del agua, con la que limpiaba a los caballos, y el sudor. De repente, los rayos de luna entraron por la ventana del establo e iluminaron la estancia. La azulada luz, confirió al cuarto un ambiente irreal, en la que la figura del joven negro destacaba y brillaba. Sus suaves movimientos y las dulces caricias, con las que frotaba a los caballos, hipnotizaron a Suellen que no podía apartar la vista de la escena que se desarrollaba ante ella. Permaneció en aquella situación, observando, soñando y de repente sintió que aquel hombre debía ser suyo. Necesitaba poseerlo y lo iba a conseguir. Repentinamente, el efebo se volvió hacia donde estaba la chica, esta se escondió y permaneció durante un buen rato. Allí se quedó dormida. Más tarde, cuando se despertó el muchacho se había ido, así que recordando su propósito volvió a su habitación.

Al día siguiente se reunieron todos en el hall del hotel. Tras el almuerzo, los tres jóvenes se dispusieron a ir de compras por la ciudad, pues tenían que hacer unos recados. A Franzesca se le ocurrió que podía comprar un detalle a sus tíos como muestra de agradecimiento ante su hospitalidad. Decidieron dar el paseo a pie por la ciudad, así que le dijeron a su cochero que les esperase un par de horas. 

- Creo que yo daré el paseo en coche, pues he tenido una noche muy dura y no creo que pueda aguantar la caminata. Además, no quisiera ser una carga para vosotros – dijo Suellen con tono malicioso.

- Está bien, entonces nos reuniremos aquí dentro de dos horas. Espero que no te olvides – dijo Patrick

Dicho esto, la pareja se encaminó al centro de la ciudad. Suellen sabía perfectamente que aquella era una oportunidad única para llevar a cabo sus propósitos con Titán. Subió al carro y le dio órdenes de ir a las afueras de Atlanta.

- Nunca me gustó el ambiente que se respira en la ciudad: tanta gente pasando de aquí para allá, el inmenso tráfico y el ruido... creo que no yo no he nacido para esto– comentó al cochero mientras se quitaba el sombrero -

- La comprendo, señorita-

- Creo que lo que realmente me apetece es dar un paseo por las afueras de la ciudad, al llegar pasamos por un bosquecillo, ¿no?– comentó Suellen.

- En efecto- respondió el chico

- ¿Por qué no me llevas a ese lugar, se tiene que estar tan tranquilo a esta hora de la tarde?-

Dicho esto, se encaminaron hacia allá. Llegaron al cabo de unos minutos. En efecto, aquel lugar era como la niña Kendal había descrito. Se trataba de un pequeño grupo de pinos, que formaban un pequeño bosque. Al adentrarse en él, se contemplaba un paisaje maravilloso. Millones de pequeñas florecillas crecían por doquier, las grandes mimosas perfumaban al ambiente y un sauce llorón, con sus largas ramas caídas, preparaba un lugar perfecto para descansar. Titán detuvo el carruaje y ayudó a Suellen a bajar. Esta, tropezó al bajar y Titán la sostuvo en sus brazos por un segundo, el chico se percató del perfume que desprendía: era una mezcla de jazmín y azucena silvestre, que le recordó precisamente al perfume de Madelaine. El esclavo la acompañó durante el corto paseo por el pequeño bosque y después, se sentaron debajo de la arbórea cúpula, que el sauce provocaba. La muchacha estaba preciosa. Los tímidos rayos de sol que atravesaban las ramas de los arboles se reflejaban en sus cabellos, sus ojos se habían vuelto dulces y atrevidos. La muchacha intentaba seducir al chico, pero este solo tenia ojos para Madelaine. Su pasión por ella era tan grande y poderosa, que todas las maniobras de la joven no hicieron el menor efecto en el maromo. 

Cuando se dieron cuenta ya había transcurrido más de una hora y debían volver al hotel.  Allí estaban ya Patrick y la pelirroja, parecía que tampoco se habían aburrido esa mañana. 

- Será mejor que nos preparemos para la cena. Hemos de acostarnos pronto pues mañana debemos emprender el camino de regreso al hogar - dijo Patrick

- Me parece bien, subo a cambiarme. Estoy molida. ¡No sabes la de cosas que hemos hecho¡- dijo Franzesca a su prima 

- No quiero ni imaginarme lo que habéis podido hacer. Seguro que te lo has pasado en grande con Patrick, él si que sabe entretener a una muchacha. Claro que nuestras diversiones te parecerán tontas a una chica tan seria como tú- dijo Suellen

-Sú- dijo Patrick

La cena transcurrió como siempre, amenizada por los inteligentes comentarios de la pequeña de los Kendal. Se fueron a dormir pronto.


Al día siguiente temprano, los jóvenes abandonaban el Imperial Kane y la bonita ciudad de Atlanta con el corazón cargado de ansiedad. Sabían que en la plantación todos sus planes se llevarían acabo con mayor facilidad. Todos estaban deseando llegar a la gran casa. Al amanecer de aquel día, estaban entrando por la gran puerta que daba acceso a la plantación de los Kendal.

Continuará....

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